La piedra del destino

by - martes, junio 09, 2009

Buenos Aires, 1983. 
Fundación Argentina para la Poesía. 
Ilustraciones de Rubén Rey. 
Poesía.


La compañera

En la región más nómade del alma, 
deletreando entre sueños antiguas cartas de amor 
atraídas por ardientes lugares, 
desde el asombro de su cabellera en el río 
deslizándose al borde de los sauces, 
más allá siempre de las garzas, 
purificada por helechos y plumas, 
con la magia de sus párpados errantes 
ligeramente húmedos por la ternura, 
con un lunar en medio de los labios, 
con el torbellino de la emoción y el deseo, 
yo estaba, hecho de soledad y de inconstancia, 
obstinado por la aventura del mar y de los trenes, 
hablando con los mitos, 
con los ojos celestes de los desenterrados, 
desde la incertidumbre y la desesperanza. 

Pero llegaste con el fruto de los nísperos, 
con dársenas y pueblos fraternales, 
en el esplendor de los cuartos de las plantas humeantes, 
atravesando muebles y espejismos 
colgando ángeles dorados y cuadros de Hayez, 
alimentada de sonrisas y cotidianos milagros, 
con un vestido blanco y un pañuelo rojo, 
deslumbradora, 
rodeada de leyendas fantásticas. 
(Te descubrí en el asombro de la insurrección, 
con proclamas hermosas, centellantes. 
En aquel mayo leímos: "Ecoute, camarade..." 
Y nos llegaron nombres de Nanterre, 
de la rue Soufflot, del Odeón. 
Allí nos hablaron por vez primera 
Cohn-Bendit y Rudi Dutschke. 
Y tradujimos juntos: 
De la justice dans la revolution et dans l'eglise. 
Comenzamos el amor libertario, 
el preciso lenguaje que esta detrás del mundo. 
Y nuestros cuerpos entre los arrecifes y las nubes. 

Yo caminaba atraído por el crecimiento 
de las flores y el sueno de los pájaros. 
Era el que acechaba a mujeres altísimas 
que bailan en la oscuridad de los andenes, 
a las que circulan solitarias con un arpa 
en los lagos prohibidos. 
A las que son llamadas por la belleza del silencio 
o por la copa de los árboles. 
El clandestino amigo de los duendes. 

Y tú elevándote con el vapor de la sopa 
en la noche de invierno, 
creando horizontes con la harina, 
buscando canela en misteriosas alacenas, 
describiendo la lluvia como Osualda Misson, 
vestida de Maimonda, habitando a Darío, 
tostándote junto a los caracoles 
y los pájaros en Chiloé, 
en Ypacaraí recogiendo piedras como talismanes, 
con faldas violetas y blusas extrañísimas, 
mostrando una hermosura lejana y ondulante. 
Eras la que comía uvas por el camino de la costa, 
la que tiene la risa intraducible. 

Después de aprisionar poemas y maletas, 
con el arrebato de la demencia, 
en la cacería de la identidad y del valor, 
de intentar afirmarme en la marea de las islas, 
buscando siempre la eternidad del corazón efímero, 
como un pájaro errante soy recogido 
en el fulgor del insomnio. 

En la fascinación del amor.

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A una adolescente

Desconocida, sagrada por el verso y por la luna, 
sé que llegas a mi 
asediada de plegarias para escuchar al niño, 
a los vitrales de las viejas casonas, 
a los frutos legendarios de Betanzos. 

Detenida tal vez desde el aliento, 
con fotografías de jóvenes congoleñas 
con escarificaciones, 
escuchando a Pink Floyd, 
con reproducciones de Gustav Klimt, 
recreando espejos cenicientos 
y labios de pozos secretos con collares de agua. 
Internándote en las apelaciones 
del gozo y de la muerte, 
como una diosa pagana 
que transita los misterios de la epilepsia. 
Entre las canallescas sombras, 
desde las ciudades que exhuman dólares e iglesias. 

Oigo tu paso con la urgencia inaudita del amor. 
Breve, melancólica, 
creces hacia la esencial desnudez 
de las campánulas celestes. 
Como una fábula en la tarde del poeta.

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