1492-1992

by - martes, junio 09, 2009

Buenos Aires, 1992. 
La Encina. 
Plaqueta. Poesía.



1492-1992 

I
Llego a estas costas,
a las que sólo se llega naufragando.
Ya nadie me protege. Encuentro mi niñez
irremediablemente perdida. Aquellos campesinos
orinaban sus manos para curar las cicatrices.
Sus mujeres vigilaban el hogar,
acariciaban bordados y creían en los aparecidos.
Labraban otras tierras. Voces nómades,
supersticiones levantadas en el destierro
de las viejas cocinas.
Aquellos dioses crearon
la honestidad y la congoja.
Venían del hambre, de rústicos templos,
de lluvias mágicas y sombrías.
Fui un niño que miraba cosas lejanas,
que escuchaba palabras de una lengua remota.

II
Habito un país obstinado.
Ídolos y banderas pueblan las antípodas
mientras la maleza crece en las estaciones.
Los hijos luchan y mueren cada día,
rodeados de viudeces, de romances acuchillados.
Buscadoras de fantasmas, las madres,
perciben los muertos en el viento.
Es una patria saturada de despojos y expedientes,
un pozo de imágenes extintas,
mármoles, fastos y alfombras persas
para ocultar un territorio de plátanos
de nostalgias ambiguas.
Con ansiedad sagrada, la pobreza
mostró la fragilidad,
el dolor insano de los sueños,
la piedad desollada.
La vanidad del coraje perdido
entre hilos inasibles
arrastran el corazón y las estrellas.

III
En frases balbuceadas
mi padre me habló de los conquistadores,
de los hombres de piedra,
de viejos anarquistas.
Hoy mis hijos escuchan
leyendas, absurdos relatos
de mi infancia.
Como una extraña divinidad
en esta etapa de mi vida
recuerdo batallas, nombres celtas,
huelgas definitivamente olvidadas.
Evoco la mirada de los analfabetos,
los senos de las hembras hermosas,
la secreta luz que perdura en un verso.

IV
Más allá del maíz y de sus símbolos
los harapos no llegan a desmentir los ojos.
El corazón se llena de cómplices, de caballos,
de fechas familiares, de demencia.
Camina la sangre sobre un idioma rural,
las hostias se embarcan con baúles y lutos.
(El tiempo limpia mi esqueleto de ausencias).
Hombres de impecables camisas,
de oídos que fijan su sonido en el oro
fundan sus catedrales sobre anfitriones de barro.
Soldados vienen con el odio en las manos,
con botellas de whisky
y con dedos curvados de saquear los bolsillos,
de sepultarlo todo en dádivas y ritos.
En la tierra aborigen
algo inédito late junto al alba.

Un pájaro mece el cielo sobre el mar en la noche.

Carlos Penelas
1992

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